Llega el verano y con él las
cosechadoras comienzan a recoger los frutos de la tierra, antes que a algún
fuego le de por barrer el campo pintándolo de negro y poniendo de luto a sus
habitantes. De los frutales cuelgan ahora regalos como si de un árbol de
Navidad se tratase, mientras en los chopos las chicharras ponen música al
verano.
El calor aplasta a casi
todos, excepto a los pequeñas hormigas
que no dejan de recorrer el campo en una búsqueda errática de alimento.
Pareciera que no comen nunca, que hubiesen nacido para
buscar alimento sin descanso
día tras día, hasta que llegue el frío o les llegue la muerte. Las aves
aprovechan las horas mas frescas del día para esa tarea, el amanecer y el
anochecer son los mejores momentos. La lechuza no tiene ese problema, por el
día se esconde y descansa, por la noche atraviesa volando las luces del
pueblo hacia su cazadero habitual.
Grupos de ruidosos vencejos
vuelan describiendo
grandes círculos alrededor de la iglesia. Pasan el día comiendo insectos que
cazan al vuelo, y a veces, por la noche siguen volando mientras duermen, es
por eso, que poco a poco se fueron quedando sin fuerza en las patas y cuando
caen al suelo les es imposible despegar.
A más baja altura, sobre las
plantas de El Paseo, una mariposa esfinge colibrí visita las flores de
colores recién regadas y pone un toque de delicadeza a la recién estrenada
mañana.
Los conejos, que ahora son
regimiento, soportan como pueden el calor del mediodía, siempre con el
hocico y las orejas alerta ante cualquier peligro, salvo cuando les llega en
forma de virus de la mixomatosis o cualquier otra enfermedad invisible para
ellos. Con los ojos hinchados y ciegos, no tardarán en morir de hambre o a
manos de algún zorro, de algún perro o de alguna rapaz oportunista.
Los sapos se esconden en los
lugares más frescos que encuentran, como por ejemplo, bajo los bebederos que
tienen las vacas en los prados.
Las abubillas vuelan entre
los olivos y hurgan entre las grietas de los viejos troncos tratando de
encontrar algún insecto que les sirva de alimento.
La collalba rubia se ha
subido a una piedra y estira su cuerpo oteando la estepa cerealista en busca
de insectos, a pocos metros su pareja hace otro tanto. A la lejos, un rebaño
de ovejas recién esquiladas caminan de vuelta hacia sus corrales.
Un grupo de gangas,
probablemente una pareja con sus crías ya crecidas, vuelan rápido y a baja
altura cortando el viento con sus alas finas y puntiagudas. A la vez
que describen grandes círculos
buscan un lugar tranquilo y seguro donde descansar.
Los grupos de golondrinas van
aumentado con la llegada de las primeras nidadas que ya vuelan junto a sus
padres. Antes de dejar el nido
tuvieron que soportar largas tardes de calor, apretujadas unas contra otras,
mientras esperaban a sus padres que una y otra vez se acercaban a calmar su
hambre.
Algunos años se dejan ver por
las orillas del arroyo Camarmilla aves tan poco comunes por estos lugares
como el andarríos chico, al andarríos grande, el chorlitejo chico y las
cigüeñuelas. Pasan unas semanas en nuestra localidad y se van.
Una mariposa macaón pelea con otra que se ha
introducido en su territorio, una y otra vez, se enzarzan en un baile
errático que termina cuando una cede y se aleja
por unos momentos para
comenzar al poco rato de nuevo. Entre las
hierbas una araña lobo
recorre rincones oscuros en busca de su presa.
Ya han crecido los pequeños
perdigones y a mediados del verano, grupos de quince a veinte perdices,
recorren los rastrojos aprendiendo el arte de
vivir. El agua que
encuentran en los bebederos que han colocado los cazadores les evitan tener
que recorrer grandes distancias en busca del preciado líquido.
Bajo la sombra de una retama
descansan mientras ven pasar volando al aguilucho cenizo, esa rapaz de vuelo
tan característico, con sus alas en uve parece una cometa volando a baja
altura.
Una avutarda hembra recorre
con sus pollos el campo recolectando saltamontes. Las aves de la estepa son
los mejores insecticidas del agricultor. En los primeros días de vida son
muy vulnerables, su gran tamaño les hace más visibles que a otros.
Todas las tardes, cuando se
pone el sol, un alcaraván vuela desde Gallocanta hasta La Cuba,
su canto es lastimoso, como si llorase porque el
sol se hubiera ido. Vuela
tras él, siguiendo el rastro de luces anaranjadas que deja en el horizonte.
La noche enciende luces en la
orilla del arroyo, luces de luciérnaga enamorada. La hembra se enciende para
atraer a un macho a su lado. La temperatura es agradable y el canto de los
grillos llega desde todas las direcciones.
A mediados de agosto se van
las cigüeñas hacia Tarifa, planean sin mucho esfuerzo, ayudadas por las
corriente ascendentes de aire caliente, una vez allí, esperarán el momento
adecuado para cruzar el estrecho, son pocos kilómetros, pero allí los
vientos son fortísimos y ya no les vale planear.
Sobre el mar no hay
corrientes de aire caliente, ahora tendrán que batir sus alas en un esfuerzo
descomunal. La veleta de la torre vigilará el nido que dejaron y será la
primera en saludarlas cuando regresen el año que viene.
A principios de septiembre se
pueden ver posados en los palos de teléfono hasta veinte cernícalos primilla
dispuestos a emigrar hacia el sur. Acumulan energía cazando insectos,
roedores y algún pequeño pájaro. También se los puede ver cerca de la
carretera en espera de que algún pájaro novato se despiste y muera
atropellado. Suelen llegar ahora las primeras lluvias y todos salen a empaparse de agua
después de semanas sin una gota de lluvia con la que refrescarse.
Estamos a mediados de
septiembre, hace ya una semana que se fueron las golondrinas, no se escucha ya su canto al amanecer
cuando posadas en un hilo de la luz
saludaban al sol llenas de vida. Aquí quedaron sus nidos vacíos y el
atardecer un poco más vacío por su ausencia.
Ha llegado el tiempo de las
despedidas, a finales de mes la mayoría de las palomas torcaces se marcharán
hacia el sur, las tórtolas seguirán todas el mismo camino. |